El 13 de noviembre de 1985, la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia desencadenó la catástrofe de Armero, donde una destructiva avalancha de lodo y escombros sepultó a miles de habitantes. El caso más conmovedor y documentado fue el de Omayra Sánchez, una niña de 13 años cuya lucha por sobrevivir durante casi sesenta horas bajo los restos capturó la atención global. 

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Los medios reportaron que la menor quedó inmovilizada por una estructura de madera y concreto, mientras el agua de la riada la mantenía sumergida hasta el pecho. A pesar de estas condiciones extremas, su lucidez y capacidad de comunicarse se mantuvieron por un tiempo considerable, un hecho que, junto a su resistencia, ha sido objeto de estudio por expertos en medicina y gestión de desastres. Aunque los rescatistas lograron acceder a ella, los obstáculos del entorno no pudieron ser removidos sin equipos especializados.

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Durante sus primeras horas atrapada, Omayra mantuvo una voluntad notable: pidió agua (que le fue suministrada en pequeñas cantidades) y dialogó con los voluntarios, una interacción que ayudó a sostener su conciencia y estabilidad emocional. 

Los reportes de la época indicaron que el lugar donde quedó la menor de 13 años, en parte, frenó el flujo de lodo. Sin embargo, la frialdad del agua y la temperatura ambiente, aunque ayudaron a retardar la deshidratación y disminuir procesos fisiológicos, ejercieron un impacto orgánico.

Con el paso del tiempo, el estado de la niña se deterioró: presentó fatiga, aunque su conciencia se mantuvo orientada con periodos de atención. La compresión continua de los escombros provocó alteraciones circulatorias severas y un riesgo elevado de necrosis y síndrome de aplastamiento.

Las medidas médicas se restringieron a la evaluación de signos vitales, control de hidratación y analgésicos sencillos. La suma del estrés psicológico y el entorno incrementó su esfuerzo cardiaco. La descompensación metabólica y el daño orgánico múltiple, causados por la disminución del intercambio sanguíneo, la acumulación de toxinas, las infecciones secundarias y la alteración renal, se multiplicaron con las horas. 

A pesar de los esfuerzos centrados en evitar sufrimiento y del foco en su bienestar emocional, los rescatistas no pudieron movilizar los materiales para rescatarla con vida. Su caso quedó como un testimonio de los límites físicos humanos ante un desastre.